sábado, 24 de marzo de 2012

UN CHAMPAGNE CON 300 AÑOS DE HISTORIA


Cuando se degusta el último deseo de Gosset se entiende y se olvida la historia de la bodega, pionera en la Champaña desde 1584: se entiende que mantenga la botella desde hace cerca de trescientos años, que todo sea tradición y que todo sea respeto por su historia, mientras que todo se olvida al ver que la tradición es la esencia del vino, que su historia es un sobre cerrado con lacre de corcho.

Desde nueve pueblos peregrinan las chardonnay camino de Aÿ, allí serán vino, para luego volver a serlo y descansar al menos cuatro años con las últimas lías que lo germinaron.

Tras el letargo, el Grand Blanc de Blancs necesita un tiempo para aclimatarse, mimo y cariño para expresarse con libertad y así gesticular sin aspavientos, con movimientos de mantequillas y migas de pan cubiertas de corteza aún caliente, todo un mundo de bollerías que no resultan cansinas ni abrumadoras, que, hilvanadas con naranjas caramelizadas, minerales cristalizados y puntas especiadas, ensalzan el singular estilo de estos vinos. 

Más aún cuando al tomarlos las burbujas apenas son un cosquilleo en el lecho de la lengua, donde saltan y brincan sin llegar al techo del paladar. Con un paso lateral de poco peso en boca, pero con estructura; seco, pero sin secar, y con una agradecida ausencia de amargor: todo para formar un equilibrio, una finura y una singularidad que son apenas una parte del sello estampado, son la expresión de la chardonnay criada en el seno de Gosset. 

MAX BAO

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